"Dice el autor y director de teatro argentino, Javier Daulte, que el
espectador –entiéndase también el lector– anda siempre a la
caza de identificaciones. Intentando andar consciente de las mías,
os cuento algunas de las que he cazado leyendo esa espléndida ópera
prima que orquesta Olalla Castro.
Toda
La vida en los ramajes es –o acepta leerse como– una
resistencia (en términos freudianos diríamos es una defensa) contra
el horizonte familiarista, en el que se inscribe (como genialmente
señala JC Rodríguez) el grueso de la producción
artística/literaria del S. XVIII hasta hoy –de Diderot a las
mismísimas 50 sombras de grey–; resistencia, defensa,
contra el horizonte familiarista –decía– en el que en términos
lacanianos diríamos, desde el primer poema y en adelante, Olalla se
las aventa con las 2 grandes cuestiones de las que ahí se trata: el
discurso del Amo y el Nombre del padre. Esto es y groso modo: las
servidumbres y la ley –norma o discurso– civilizadora que ejerce
de lazo.
Lo
fascinante, lo que hace entre otras cosas de La vida en los
ramajes un libro espléndido, es la apuesta rotunda por la
resistencia, la defensa, sin el mínimo rastro de idealismo o
triunfalismo ingenuo, utópico, asumiendo lo crudo: frente a la norma
(viene a decirnos) solo cabe la exclusión o la transgresión, no hay
ningún edén. Hay en todo caso la opción de “seguir insomnes /
viviendo en los ramajes… / sin casa, sin puentes, sin iglesia”. O
bien, cabe la opción de la insumisión –un tanto autista– que
despunta en el poema Mujer-fortaleza, en el que el sujeto
poético a fuerza de no asumir la identificación con el gran otro de
la norma, inventa una sistema de satisfacción que no hace lazo, no
pasa por el otro: “Mujer fortaleza, carne-piedra / aquí dentro
ya no podréis sitiarme”. La opción de confrontación a la
norma que deriva en exclusión es meridiana en La fórmula o la
vida, poema redondo que encara el discurso del Amo contemporáneo
capitalista como el imperio de la Ideología de la gestión y su
legión de expertos, en el poema literalmente “los
Hombres-cálculo”, que imponen la ley incuestionable de la Cifra
por encima del sujeto y la discursividad: “Nosotros / que no
sabíamos contar / supimos… / que no éramos ya criaturas de este
mundo”.
En
Las otras invisibles o Negritudes –2ª y 3ª parte del poemario–
vienen poemas y personajes a conformar un abanico o mosaico de
resistencias (mínimas o no) queriendo levantarse. Las figuras
históricamente sometidas de la mujer o el esclavo se presentan NO en
su condición de víctimas, sino en tanto sujetos tomados por el
nombre propio –Virginia Woolf, Rosa Park, Penélope– y sus
distintas modalidades, tentativas, de defensa o resistencia.
Pudiera
parecer, en primera instancia, que la voz poética de La vida en
los ramajes traza un recorrido que suavemente va del ellos, o
nosotros, o el Otro, hacia el Yo, y que tomaría carrerilla en la
penúltima parte –Los modos de deseo o la Mujer-Sujeto–, para
culminar en Autobiografías apócrifas, el bloque de poemas final.
Adelanto que es un recorrido premeditadamente fantasma, circular, en
el que se funden el Yo y el Otro.
Este
recorrido, que entiendo es premeditado-concienzudo-genial, lo
orquesta la voz poética para en el camino cuestionar, resistir, en
ocasiones pulverizar los significantes amo del horizonte
familiarista, que hunde sus raíces en el idealismo hegeliano y según
el cual habría por ejemplo un adentro y un afuera: existiría un
pequeño paraíso tierra adentro del yo o la privacidad [el
dormitorio, el salón, el hogar] donde uno-a podría ser realmente
quien es.
Llevados
a conciencia hasta ahí, con el acento puesto 1º en las modalidades
del goce femenino (la sexuación, la pulsión libidinal, lo no
semantizable siempre en el orden de la satisfacción, el goce
pulsional), o bien en el último bloque con el acento puesto en el
sentido (el relato, la grafía –autobiografía– del yo) lo que
asoma, brota, se filtra siempre es lo crudo: esto es, viene a
decirnos que no hay no existe un adentro o un afuera ni de la
ideología ni del inconsciente; impregnan, brotan en el lenguaje, la
palabra, ideología e inconsciente son la mismísima piel: “Si
evado la caricia, yo misma ignoro lo que mi oscuridad sortea”,
leemos en Mis muslos escriben.
La
vida en los ramajes –decía, en un recorrido circular– sale
al encuentro del Otro. Y asoma el goce uno-solitario (uno simpre goza
solo aunque haga el ejercicio de colocar al otro como objeto; hay
también quien coloca un zapato), digo asoma en El Hombre-oasis;
asoma la Mujer-fortaleza, atrincherada; los Hombres-cálculo; pululan
también los siervos contentos de servir al rey porque conservan sus
cabezas; asoma E. Dickinson, V. Woolf, las brujas, la locura, el
encierro, la muerte como salida, pero también asoma –digo– la
música, la poesía, la posibilidad de tejer o distanciarnos del
relato de una vida; saluda, asoma el ancestral deseo-tabú
profesor-alumna; pululan los Hombres-ojo, Hombres-dedo, Hombres-boca,
el Blue Velvet de la mujer como síntoma, fantasma masculino; el
fantasma de la frigidez y sus Hombres-dique; asoma, se pavonea y
mucho, el goce del lado femenino en posición de agente, en las
antípodas del sentido pulula, sale al encuentro la Bestia –metáfora
perfecta de lo no semantizable del goce–; nos sorprende en la
página 69 –unos muslos que escriben–, ahí asoma una poética en
la que el acento en el ejercicio de la escritura responde a una
pulsión libidinal, algo somático, acontecimiento del cuerpo que
requiere, a su vez por tanto, de un lector-a en posición o modo
amante.
Asoma el amor redefinido como resto, cascote, falta, y que me
recuerda tanto aquellas palabras de Lacan –Amar, amar es dar lo que
no se tiene–; Asoman las autobiografías, las grafías, retratos,
ficciones del mí, que es también el otro siniestro, éxtimo,
agazapado panchamente en la subjetividad.
Vale
por último decir que el paseo por La vida en los ramajes no
viene, no sirve para inflar al Otro y que desaparezca el sujeto, sino
para subrayar la defensa, la resistencia, en definitiva, la
RESPONSABILIDAD del SUJETO: Responsable de sus servidumbre, síntomas
y, desde luego, sus modos de goce."
La
Expositiva, Presentación de La vida en los ramajes
de
Olalla Castro. Granada, primeros de abril de 2015.